ALCAÑIZ, recuerdos de la infancia
Mi hermana Belén y yo pasábamos muchas horas en su casa, que era también la de mi tía Sara y la de mis bisabuelos José y Carmen, padres de Sara y de mi abuela Vicenta.
Ellos nos cuidaban y nos entretenían con juegos y canciones (tradicionales o “de viejo”) mientras mi madre aprovechaba para ir a comprar al mercado, ya que teníamos 5 ó 6 años y no se atrevía a dejarnos solas en casa.
Recuerdo una canción en particular, han pasado más de treinta años y no he olvidado ni una coma:
“Mal de la ajada
que viene cansada
de trabajar.
Llora sin reír,
llora sin hablar.
Una palmadita
y a escapar.
¡Que va, que va,
que va y que va!
Conejico me traerás…
Si no me lo traes
¡no cenarás!”
Se trataba de jugar al escondite: una de nosotras se escondía por algún rincón de la casa y a la otra le tocaba cantar (en vez de contar). Ésta se ponía boca abajo sobre las rodillas de mi tío sentado, tapándose los ojos con las manos. Mientras tarareaba la canción, mi tío marcaba el ritmo con suaves palmadas en la espalda. La última era la más fuerte, la que coincidía con “¡no cenarás!”, y era la señal, el pistoletazo de salida para ir a buscar a la hermana escondida.
Mi tío José siempre estaba de buen humor e intentaba suavizar los gritos y regañinas que nos daba a veces mi tía Sara o mi bisabuela Carmen, que eran un poco secas. Lucía ya entonces pelo blanco y unos coloretes en las mejillas que le daban un aire de bonachón (se parecía un poco al personaje mudo de los Hermanos Marx).
Tengo guardada en mi memoria otra canción. No sé muy bien si es un trabalenguas, un cuento para dormir a los niños… Lo que sí sé es cómo sonaba de la boca de mi bisabuelo José: le ponía una voz misteriosa, como de fantasma, para dar mucho miedo al principio, porque al final saltaba la sorpresa y provocaba la risa.
“¡Kikiriquí!
cantaba el gallo.
¿Qué le pasa?
Mal en el papo.
¿Quién se lo ha hecho?
El escarabajo.
¿Dónde está el escarabajo?
Debajo de la leña.
¿Dónde está la leña?
El fuego la quema.
¿Dónde está el fuego?
El agua lo apaga.
¿Dónde está el agua?
Los toricos se la han bebido.
¿Dónde están los toricos?
A labrar se han ido.
¿Dónde está lo que han labrado?
Las gallinicas lo han escarbado.
¿Dónde están las gallinicas?
A poner se han ido.
¿Dónde está lo que han puesto?
La vieja se lo ha comido.
¿Dónde está la vieja?
A lavar se ha ido.
¿Dónde está lo que ha lavado?
¡Río abajo lo ha tirado!”
A mi bisabuelo no sólo había que escucharlo, también había que verlo. Siempre llevaba la cabeza rapada y cubierta con una boina aragonesa. Su rostro, como el de un viejo señor cubano, raspaba al darle un beso (tenían que afeitarle todos los días). Le faltaba un ojo, pero conservaba la cuenca vacía, no llevaba parche de pirata; también la mano izquierda y el dedo pulgar de la mano derecha, con la que manejaba las cartas de la baraja estupendamente cuando nos enseñaba a jugar al solitario sobre la mesa camilla. Y si no, la tenía casi siempre apoyada en su bastón. Pero era alto y fuerte como un mallo, aunque el haberse roto la cadera varias veces le obligaba a caminar despacio y algo encorvado.
De joven, después de la guerra civil, cuando estaba labrando el campo, se encontró algo que le estalló en las manos (esos malditos restos envenenados que, pasando el tiempo, provocan sorpresas desagradables). Esto le hizo perder parte de su cuerpo, pero no la dignidad ni el humor irónico y a veces desgarrador con que contaba lo que contaba.
Las personas van desapareciendo y quedan los recuerdos. Pero las personas que los poseen tienen que dejar testimonio de alguna forma, porque ellas también desaparecerán algún día. Por eso quería dejar esto escrito. Y si alguien más conoce estas canciones provocarle una sonrisa.
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